«Mientras que el navío está a salvo, ya sea uno grande o pequeño, entonces es el momento para que el marinero y el timonel y todos los demás cargos muestren su empeño y tengan cuidado de que no zozobre por la malicia o negligencia de alguno; pero cuando el mar lo ha superado, entonces el empeño es inútil.» Demóstenes (Tercera Filípica, 69) – El orador advierte a sus compatriotas de los desastres que sufriría Atenas si permanece indiferente a las amenazas de su tiempo.

El llamado Canon Alejandrino, compilado por Aristófanes de Bizancio y Aristarco de Samotracia, reconoce a Demóstenes como uno de los 10 mayores logógrafos y oradores áticos. Según Longino, Demóstenes «perfeccionó al máximo el tono del discurso idealista, pasional, abundante, preparado, rápido». Cicerón le aclamó como «el orador perfecto» al que no le faltaba de nada y Quintiliano le alabó dirigiéndose a él como «lex orandi» («la norma de la oratoria»).
Cuentan que Demóstenes tenía un defecto de elocución en el habla, lo que le costo las burlas de los asisitentes a sus primeros discursos. Impulsado por su afán de convertirse en un buen orador, llevó a cabo un estricto programa para superar esas deficiencias y mejorar su locución. Trabajó la dicción, su voz y sus gestos hasta el punto de que su ahínco y devoción se volvieron proverbiales.

La historia de Demóstenes refuerza mi idea de que todos llevamos un excelente comunicador dentro, depende única y exclusivamente de ti…
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