Soy autónomo y no soy el único … Soy inmortal, nací en las tierras altas de Escocia hace 400 años, pero no soy el único. Hay otros como yo, algunos defienden el bien, otros el mal, durante siglos he combatido las fuerzas de la oscuridad y la tierra consagrada es mi único refugio. Sólo puedo morir si me cortan la cabeza para heredar mi poder. Al final solo quedara uno , mi nombre es …
Me viene a la cabeza esta secuencia de la película “Los Inmortales”, dirigida por Russell Mulcahy (1986) y protagonizada por Christopher Lambert, Sean Connery y Clancy Brown, con la música de Queen por banda sonora, porque un autónomo es los más parecido a estos humanos eternos, que sólo pueden morir mediante la decapitación.
Según la EPA (Encuesta de Población Activa), en nuestro país hay más de 3,72 millones de personas que trabajan por cuenta propia. Seres especiales, incomprendidos por las administraciones, que decidieron un día regir sus propios destinos y aventurarse en un mundo inhóspito, plagado de incertidumbres y acompañado de la fría soledad de la autogestión diaria.
Somos un colectivo disgregado y variopinto, generador de empleo y riqueza, que arriesga su patrimonio ante la indiferencia de los gobiernos sucesivos. Líderes políticos que lanzan sus promesas vanas al albor de las elecciones y, por el contrario, nos siguen abrumando con impuestos y burocracia, continuos frenos que dificultan la evolución de los distintos proyectos, en un entorno global ya de por si complejo y ambiguo.
RESILIENCIA
El empleo por cuenta propia, excepto cuando alguien se ve abocado a ello por obligación, es una forma de entender la vida, una manera proactiva de afrontar las dificultades del mercado laboral. El trabajador autónomo es una especie resiliente y peculiar, con una genética especial que nunca enferma, carece de periodo vacacional o moscosos, sus días superan las 24 horas, apenas protesta y su visibilidad en los medios es mínima. A pesar de ello, se embarca en ideas para materializar unos sueños que sólo alcanzará a fuerza de sacrificio y constancia, o bajará la persiana marcado por el estigma del fracaso.
En estos tiempos de reivindicaciones, gestos insípidos y fomento del emprendimiento, nos enfrentamos a un entorno complejo, plagado de frenos y obligaciones, que anhela una serie de reformas acordes con nuestra aportación global al sistema, mejoras más justas relativas a la fiscalidad, la prestación por desempleo, la baja laboral o la protección social. Y sobre todo demandamos una mayor comprensión y empatía por parte de unos decisores que, en la mayoría de los casos, jamás se han puesto en nuestra piel, ni han caminado con nuestros zapatos.
A pesar de todo, seguiremos nadando a contracorriente, a veces sin guardar la ropa, con la sonrisa incierta y sin más bandera que nuestros sueños. Ya que un autónomo es inmortal… hasta que no se demuestre lo contrario. Soy autónomo y no soy el único.